Un deterioro alarmante
Desde la recesión de 2007, las democracias han visto un notable deterioro en la reputación de sus políticos, lo que impacta también en las instituciones que representan. A menudo, nuestros líderes parecen más interesados en conflictos y disputas que en generar mejoras sociales. Sin embargo, la historia nos muestra que la proporción de incompetentes en la política no ha cambiado significativamente.
Templanza y coherencia
La reputación se construye sobre la templanza y la coherencia. Plutarco ya ilustraba con ejemplos como el de Temístocles, quien dejó el alcohol al entrar en política. La coherencia entre la vida pública y privada es esencial; no es creíble un político que predica valores en público pero actúa de manera contraria en privado. Aún existen políticos ejemplares en España, y los ciudadanos preferimos la razón a la confrontación. Necesitamos líderes que promuevan el diálogo y el entendimiento, en lugar de alimentar la polarización. La pérdida de reputación de nuestros políticos no es un reflejo de su incapacidad, sino de cómo han sido influenciados por un entorno de desconfianza y agresividad.
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