Recuerdo de un encuentro fugaz con Robert Redford en 1989

Un encuentro inesperado

En octubre de 1989, mientras esperaba un vuelo a Kansas City, tuve la fortuna de cruzarme con Robert Redford en una sala de embarque vacía del aeropuerto de Los Ángeles. El actor, que en ese momento se preparaba para un viaje a Las Vegas, estaba sentado solo en una de esas sillas incómodas. La casualidad resultaba asombrosa, ya que yo me dirigía a participar en el rodaje de un anuncio del cava Freixenet protagonizado por Paul Newman, lo que me hizo sentir como Katharine Ross en ‘Dos hombres y un destino’.

Una breve conexión

Con un atrevimiento inesperado, me presenté como periodista de Barcelona y mencioné: “Tengo una cita con su amigo Paul”. Redford, sorprendido, respondió: “Conozco Barcelona, estuve allí hace mucho tiempo”. En ese instante, le compartí una anécdota sobre una amiga que había coincidido con él en la antigua Escola Massana, y él, sorprendido, me preguntó cómo sabía eso, destacando mi juventud.

A pesar de que nuestra conversación duró apenas minuto y medio, el impacto fue profundo. No pude expresarle lo mucho que lloré con los finales de ‘Tal como éramos’ y ‘Memorias de África’, sintiéndome como la novia que siempre es abandonada. En mis relaciones, solía buscar un parecido con su personaje Bob Woodward de ‘Todos los hombres del presidente’. En aquel entonces, estaba enamorada de un hombre que, en mi mente, era un reflejo de Redford: alto, de ojos azules y cabello claro, pero, al igual que en las películas, no era el amor destinado a ser.

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